Hasta hace escasos años, si no meses, muchos de los ciudadanos del capitalismo desarrollado casi llegamos a creernos que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Las profecías del fin de la historia, los cuentos liberales y otras literaturas afines, así como el bienestar relativo alcanzado tras la II Guerra Mundial en los países imperialistas, nos ubicaban en un mundo que parecía consumar definitivamente la reconciliación entre la sociedad moderna capitalista y el sueño ideal que de sí misma predica dicha sociedad. No obstante, dicho ensueño se está viendo interrumpido por ese espectro de la crisis que acosa al capitalismo en sus peores pesadillas, un espectro que, dicho sea de paso, horror de los horrores, está tomando cuerpo, se está materializando en los días que corren para hacernos patente lo que esta sociedad en realidad es. La crisis actual está poniendo de manifiesto, una vez más, esa brecha que caracteriza a la sociedad moderna capitalista, a saber, la brecha que se abre entre lo que dicha sociedad es y la conciencia que la misma tiene de sí. Lo peor, sin duda, es que esa distancia se evidencia sobre la base del sufrimiento, del dolor, el desespero y el malestar, de amplias capas de la población, de sus sectores más populares y débiles. La sociedad capitalista en su conjunto, de golpe, sin previo aviso nos aseguran algunos economistas orgánicos, se ha visto retrotraída a un instante de detención; sus relaciones sociales, su reproducción calmada y normal, las costumbres y creencias firmes sobre las que descansa, aunque sólo sea momentáneamente, parecen estar quedando en suspenso. Los números verdes de la actividad bursátil están siendo substituidos por números rojos de mal agüero, la otrora indiscutible rentabilidad del capital está bajo sospecha, los volúmenes siempre crecientes de producción se estancan, el desempleo y el déficit público se disparan en las economías más poderosas del planeta. En definitiva, el escenario de relativa armonía en la economía mundial está siendo reemplazado por un ambiente de creciente inestabilidad. Algunos expertos, incluso, comparan nuestro momento actual con la el inicio de la Gran Depresión iniciada con el crack de 1929. Con la sociedad capitalista ocurre, en definitiva, lo que ya Karl Marx (1818-1883) nos enseñaba respecto a los hombres, a saber, que no puede juzgarse por la idea que tiene de sí misma.
La búsqueda de una explicación a esta inesperada coyuntura, la necesidad de respuestas, empuja a buscar nuevos aparatos conceptuales si no a retomar marcos teóricos hasta hace breve tiempo desechados. La infalibilidad de las escuelas ortodoxas de economía, sus teorías laissez-faire o neoclásicas, que ven la sociedad moderna capitalista bien como un sistema armónico autorregulado, bien como un sistema rítmico enderezable con políticas económicas correctas a cargo del Estado, están en tela de juicio. La crisis por sí sola se encarga de desacreditarlas o, cuanto menos, de ponerlas bajo sospecha. En esta nueva situación, de manera un tanto asombrosa para los que tenían la nariz demasiado pegada a la realidad de hace cuatro días, las obras del filósofo Karl Marx, especialmente, su obra magna, esto es, a la que el de Tréveris dedicó más tiempo y esfuerzos, a saber, El Capital, cobran una creciente popularidad e interés. Nos guste o no El capital vuelve a cotizarse en el mercado. Si bien para justificar la importancia, el valor y la actualidad de las obras de Marx no se precisa de coyunturas como la que vivimos, mucho menos medir el volumen de sus ventas, cuanto menos, digamos, este fenómeno les añade un plus de seducción, de atracción. No obstante, más allá de anecdóticos barómetros de mercado o cotizaciones en bolsa, es como si junto a los fantasmas y temores que asolan nuestra conciencia cada vez que la sociedad capitalista entra en crisis viniese siempre unida una búsqueda de respuestas, de alternativas, en la figura y obra de Marx. A este respecto, otro filósofo comunista, otro filósofo, todo sea dicho, igualmente maldito, nos referimos al francés Louis Althusser (1918-1990), quizá nos aseguraría que no puede ser de otro modo, que no hay por qué sorprenderse, pues Marx nos descubrió precisamente la estructura, el sistema de relaciones o, si se quiere usar una expresión más filosófica, la ontología, que hace de nuestra sociedad eso que precisamente es, a saber, la sociedad moderna capitalista[1]. Sea como fuere consideramos que está al orden del día, que es del todo actual, la necesidad de realizar un esfuerzo que ahonde en la caracterización que de la crisis hace Marx en El Capital. Éste será, aunque de manera, sin duda, modesta, el propósito de nuestro trabajo.
Así pues, con la mirada puesta en este objetivo, nos proponemos realizar un recorrido que pase, primero, por la caracterización de «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna»[2] que el filósofo de Tréveris presenta en el libro I de El Capital, después, por la problemática de la reproducción abordada en el libro II y, finalmente, por «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» que, atención, el propio Marx consideraba la ley más importante de la economía política. A este respecto consideramos que no está de más que justifiquemos, aunque sea sucintamente, dicho recorrido. Pensamos que Marx en el libro I de El Capital se sitúa en un nivel superior de abstracción, deja parcialmente de lado fenómenos tales como la dificultad de la realización del capital en el mercado, la problemática de la reproducción, el papel de la competencia capitalista, las diferentes formas de renta, etc., para dar con «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna». Esta tarea, a ojos de nuestro filósofo, como es sabido, pasaba por adentrarse en la esfera de la producción a la vez que suponía deshacerse definitivamente de las ilusiones que identificaban el fundamento último de la sociedad moderna capitalista con la instancia jurídica, con sus representaciones e ideas que los economistas clásicos hallaron en las relaciones sociales propias de un mercado ideal que poco tenía (y tiene) que ver con el mercado capitalista. Nos permitimos insistir una vez más en que será de suma importancia que nos detengamos en la elucidación, aunque sea breve, de la «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» y ello no por gusto sino porque consideramos constituye la clave de bóveda para la correcta comprensión de lo que vendrá después, a saber, la problemática de la reproducción y la caracterización de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» que ahora ya sí se enmarcan, en un nivel inferior de abstracción, esto es, teniendo en cuenta las dificultades propias de la esfera de circulación, la competencia capitalista, la anarquía de la producción, etc. Es más, llegados a ese punto, creemos que podremos polemizar y discutir con algunas concepciones de la crisis que tuvieron, en uno u otro momento, cierto protagonismo en el campo del marxismo y, finalmente, intentar caracterizar de forma rigurosa la noción de crisis en Marx. Para terminar intentaremos extraer algunas reflexiones y consecuencias de todo este estudio en relación a la práctica política.
El Capital
El libro I de El Capital y la ley económica que preside la sociedad moderna
Nuestro filósofo comienza el libro I de El Capital aseverando que la riqueza en la sociedad moderna capitalista aparece como un «un inmenso arsenal de mercancías»[3]. Lo que sugiere Marx, por tanto, es que toda cosa, por el mero hecho de ser considerada riqueza, bajo las relaciones sociales de producción capitalistas, queda ubicada en las coordenadas formales propias de la mercancía, a saber, por un lado, queda determinada cualitativamente como valor de uso, esto es, por cierta utilidad social y, por otro, por cierta cantidad, por cierto valor correspondiente al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.
No es complicado percatarse a partir de lo indicado hasta el momento que toda mercancía es, necesariamente, producto del trabajo y que, por tanto, supone cierto proceso de producción o de trabajo que a su vez implica también instrumentos de producción, materia prima, quizá materia bruta y, finalmente, fuerza de trabajo. Así pues, si tal y como asegura Marx el valor total de todo producto mercancía queda fijado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción entonces dicho valor será la suma de, por un lado, el tiempo de trabajo implícito en los medios de producción empleados en su producción (instrumentos, materias primas, etc.) y, por otro lado, el tiempo de trabajo gastado por el obrero en producir dicho producto mercancía. El de Tréveris denomina al primer elemento capital constante o «tiempo de trabajo muerto» (C) y al segundo «valor agregado por el trabajo vivo» (L). Así, el valor total de la mercancía producto final será, en consecuencia, C + L. No está de más que apuntemos que si el obrero no produjese una única mercancía sino, pongamos por caso, N mercancías, el valor total de cada una de esas mercancías sería una fracción N del tiempo de trabajo total C + L, es decir, cada mercancía encerraría una fracción N de tiempo de trabajo muerto C más una fracción igual de tiempo de trabajo vivo L.
Es importante que indiquemos aquí que un rasgo distintivo importante del capitalismo en relación al resto de modos de producción (esclavismo, feudalismo, etc.) es que la fuerza de trabajo, esto es, la capacidad del obrero para trabajar, queda constituida como una mera mercancía más entre el resto de mercancías. En consecuencia la fuerza de trabajo, en tanto que mercancía, de una parte, tendrá un valor de uso que para el capitalista, sea consciente o no de ello, no será otro que su “don milagroso” de crear valor, y, de otra parte, tendrá un valor que, como el de toda mercancía, vendrá establecido por el tiempo de trabajo necesario para su producción o, lo que es lo mismo, por el valor total que suman los respectivos valores de las mercancía que el obrero (y su familia) precisa para reproducirse. Marx denomina a este valor capital variable (V).
Ahora bien, considerada una jornada laboral, a saber, un tiempo de «trabajo vivo» (L), si éste coincidiera con el tiempo de trabajo necesario para la reproducción del obrero, es decir, si L = V, entonces tendríamos la “fatalidad” de que el capitalista no obtendría ganancia alguna. Todo el secreto de la ganancia capitalista residirá en que se haga trabajar al obrero un tiempo (L) superior al estrictamente necesario para su reproducción (V), esto es, en hacer que el obrero emplee su fuerza de trabajo hasta crear el tiempo necesario para su reproducción (V) y que, lejos de detenerse, siga trabajando durante un tiempo excedente, creando así un plusvalor (P). Tenemos, en consecuencia, que L = V + P y, dado que, como hemos dicho más arriba, el valor de la totalidad de las mercancías producidas es C + L tenemos que dicho valor puede desglosarse ahora en C + V + P. Llegados aquí no hay que romperse demasiado la cabeza para darse cuenta de que el impulso capitalista irá destinado a revalorizar el valor inicial invertido (C + V) todo lo que se pueda maximizando el llamado plusvalor (P) y obteniendo así un valor final (C + V + P) lo más grande posible. La sed de plusvalor es la base oculta sobre la que descansa la sociedad capitalista, «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna». A este respecto escribe Marx: «La producción de plusvalía, la obtención de lucro; tal es la ley absoluta de este sistema de producción»[4]. Tener muy presente esta ley a lo largo del resto de este trabajo va a ser fundamental.
Marx denomina cuota de plusvalor a la proporción entre trabajo necesario y trabajo excedente o, dicho en otros términos, a la proporción entre plusvalor y capital variable (P / V). La cuota de plusvalor nos da el grado de explotacióna que se ve sometido el obrero por el capitalista, esto es, la proporción en que la jornada laboral queda dividida entre el tiempo que el obrero trabaja para sí y el que trabaja gratis para el capitalista. Por tanto, de acuerdo con «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», el capitalista estará interesado en aumentar todo lo que esté en sus manos la cuota de plusvalor (P / V). A primera vista para esto hay dos opciones: o bien incrementar el tiempo que dura la jornada de trabajo (L) a la vez que se mantiene constante el salario real (V); o bien mantener constante la jornada de trabajo y reducir el salario. Ambas vías han chocado históricamente con una fuerte resistencia de los trabajadores por lo que vale la pena que nos preguntemos si queda alguna otra alternativa a la clase capitalista. En efecto, queda otro método alternativo, a saber, aumentar la productividad del trabajo, esto es, hacer que se produzca más valor en el mismo tiempo de trabajo o, lo que es equivalente, que se produzca más en el mismo tiempo que antaño. Mediante esta vía, una vez incrementada la productividad, se crea más valor del que se producía anteriormente en un mismo espacio de tiempo y, en consecuencia, se reduce el tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo (V) a la vez que se amplía el tiempo de trabajo excedente (P). Veremos las consecuencias de esto un poco más adelante.
El libro II y la problemática de la reproducción capitalista
Nos introducimos ahora en una problemática concreta que Marx aborda con cierto énfasis en el libro II de El Capital[5]. Todo proceso de producción, decíamos en el apartado anterior, supone instrumentos de trabajo, materia prima y fuerza de trabajo. Ahora bien, en el propio proceso de producción esos factores se desgastan, esto es, los instrumentos de trabajo (las máquinas, los edificios, etc.) con su uso se van deteriorando, las materias primas pasan al producto final y se agotan, el obrero se cansa, envejece, etc. luego, para que el propio proceso productivo siga teniendo lugar, es preciso que dichos factores sean producidos de nuevo de manera constante, que sean reproducidos. Consecuentemente, el proceso de producción, para asegurarse a sí mismo, ha de contemplar no sólo la producción de las mercancías que hagan que el obrero de un día para otro pueda volver trabajar o que el capitalista pueda disfrutar sino también la producción de los propios instrumentos de trabajo, las materias primas, edificios, etc. Cómo mínimo, por tanto, es legítimo que supongamos que habrán, cuanto menos, dos sectores de producción: un «sector I» que producirá los bienes de producción (maquinaria, instalaciones, energía, materias primas, etc.) y un «sector II» que se ocupe de los bienes de consumo.
Consideremos ahora que el valor total producido por el «sector I» es CI + VI + PI y que el valor total producido por el «sector II» es CII + VII + PII. La condición de reproducción del proceso de producción en condiciones iguales, esto es, de forma que el capitalista consuma todo el plusvalor en bienes de consumo para sí y no se sirva de él para ampliar el capital, exige que, al final de cada proceso de producción, el «sector I» produzca en bienes de producción el valor CI + CII y que el «sector II» produzca en bienes de consumo el valor VI + VII + PI + PII. Igualando ahora valores totales se sigue que CI+ CII = CI + VI + PI y VI + VII + PI + PII = CII + VII + PII. Finalmente, de cada una de las dos expresiones anteriores, simplificando factores idénticos a ambos lados de la igualdad, se obtiene la misma fórmula, a saber, CII = VI + PI .
Supongamos ahora la condición de reproducción de forma que el capitalista invierte parte de su plusvalor en ampliar el capital, esto es, que acumula capital. Bajo esta suposición ahora el plusvalor de cada uno de los capitalistas, el del «sector I» y el del «sector II», respectivamente, PI y PII, se desglosarán en compra de capital constante o bienes de producción, PIc y PIIc, en capital variable o compra de fuerza trabajo, PIv y PIIv, y, finalmente, en compra de bienes de consumo para sus propios disfrutes, PIg y PIIg. Bajo estas premisas el «sector I» tendrá que suministrar bienes de producción por valor de CI + PIc + CII + PIIc. Si ahora, tal y como hicimos en el párrafo anterior, igualamos valores totales obtenemos CI + PIc+ CII + PIIc = CI + VI + PIc + PIv + PIg que, por reducción de sumandos, queda CII + PIIc = VI + PIv + PIg. Operando con los valores correspondientes al «sector II» se obtiene la misma fórmula.
Lo importante ahora es que reflexionemos, aunque sea sucintamente, acerca del significado preciso de las fórmulas que acabamos de obtener. La condición de reproducción, tanto si se considera una reproducción ampliada como si se considera una reproducción simple, esto es, tanto si se acumula capital invirtiendo plusvalor en nuevo capital como si todo el plusvalor pasa al consumo privado del capitalista, exige cierta proporcionalidad entre la composición de los capitales y de los plusvalores del «sector I» y del «sector II». Ahora bien, y esto es muy importante, bajo el sistema capitalista no hay ninguna determinación a priori que asegure la composición del capital y de los plusvalores de acuerdo con dichas proporciones. Ambos sectores por separado, de acuerdo con la «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», organizarán espontáneamente su producción, no con vistas a satisfacer las proporciones que exigen las condiciones de reproducción, sino con la finalidad de obtener la mayor cantidad de plusvalor. Así pues, de entrada, insistimos una vez más, bajo el capitalismo no hay, por tanto, “mecanismo” a priori alguno que garantice la articulación entre, de un lado, la reproducción general del sistema, esto es, su buen funcionamiento y continuidad, y, de otro, los intereses particulares de los capitalistas de cada uno de los dos sectores.
Ahora bien, cabe que nos preguntemos si hay o no un “mecanismo” a posteriori que ajuste las proporciones de reproducción y que, en última instancia, responda a una determinación necesaria de la sociedad capitalista. Pensamos que sí que lo hay y que, además, aunque sea de manera derivada, resulta de la «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna». Retomemos nuestro «sector I» y su producción de máquinas para sí y para el «sector II». Cada una de las máquinas producidas encerrará un valor, que incluirá a su vez cierto plusvalor, que el capitalista únicamente podrá embolsarse si consigue venderlas. El capitalista dueño de este ramo industrial, ávido de valor, hará que los obreros por él contratados produzcan cierto número de máquinas con vistas a obtener el máximo plusvalor. Ahora bien, por un lado, si el ramo de bienes de producción produce menos máquinas de las socialmente necesarias, esto es, si CI + PIc + CII+ PIIc < CI + VI + PIc + PIv + PIg, estará dejando de amasar cierta cantidad de plusvalor y, por otro, si el ramo industrial produce un exceso de máquinas respecto a las socialmente necesarias, esto es, si CI + PIc + CII + PIIc > CI + VI + PIc + PIv + PIg, entonces correrá el peligro no sólo de no hacerse con el plusvalor que encierran muchas de las máquinas que se han producido sino que, incluso, podrá llegar a perder el plusvalor en su totalidad y, además, parte del valor inicial que él mismo invirtió en su propia maquinaria y en el pago de salarios. En ambos casos, «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», la sed de valor, llevará al capitalista a una rectificación a posteriori, ya sea aumentando, ya sea disminuyendo, la producción de máquinas.
Finalmente, cabe resaltar que nuestro problema lejos de simplificarse se hace más complejo en la medida que el capitalismo, concretamente su reproducción, supone la complementariedad no ya de dos sectores de producción sino de miles de sectores de producción diferentes y dependientes entre sí. No obstante, «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» seguirá operando, de forma tendencial, a favor de que las condiciones de reproducción se cumplan.
El libro III y la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia
Marx aborda «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» en la sección tercera del libro III de El Capital. Esta sección consta de tres capítulos que se titulan respectivamente «La ley como tal», «Causas que contrarrestan la ley» y «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley». Por lo que a nosotros corresponde, en este apartado, nos vamos a ocupar de abordar la ley como tal, es decir, del primer capítulo, así como de su relación con la reproducción y la acumulación capitalistas que Marx aborda en el tercer capítulo, concretamente, en el apartado del mismo titulado «Conflicto entre la expansión de la producción y la valorización»[6].
Antes, no obstante, es preciso que volvamos unos instantes al libro I para aclarar los conceptos de reproducción ampliada del capital y de acumulación capitalista[7]. Nuestro filósofo, en ese primer libro, nos asegura que el ciclo específicamente capitalista es K – M – K’ donde K’ = K + P, esto es, K < K’. Por tanto, lo característico del capitalismo será que el capitalista acuda al mercado con cierto valor en forma de dinero para comprar el equivalente en mercancías (materia prima e instrumentos de trabajo (C) y fuerza de trabajo (V), luego K = C + V), que las introduzca en el proceso de producción y que, finalmente, obtenga un nuevo cúmulo de mercancías que una vez vendidas den con un nuevo valor superior en forma de dinero (K’ = C + V + P). Ya hemos visto en un apartado anterior que, justamente, ese incremento del capital inicial P es resultado de la explotación de los obreros, a saber, de que éstos trabajan hasta producir el valor de sus respectivas fuerzas de trabajo y, lejos de detenerse, continúan trabajando creando así, precisamente, ese incremento que denominamos plusvalor. No nos cansaremos de decir, asimismo, que justamente esto constituye «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna». Ahora bien, llegados a este punto, la propia sed de plusvalor que impulsa al capitalista llevará al ciclo capitalista a una circularidad infinita, es decir, el capital final obtenido será visto, incluido su plusvalor, como el capital inicial de un nuevo ciclo que aspirará a su vez a incrementarse una y otra vez. Esto puede denotarse K – M – K’ – M’ – K» – M» – K»’ – … – Kn de forma que K < K’ < K» < K»’ < … < Kn y Kn = Kn-1 + Pn-1. Marx denomina a esta circularidad del ciclo específicamente capitalista, a esta revalorización del valor, proceso de reproducción ampliada del capital y a la inversión del plusvalor final de cada ciclo en el ciclo siguiente acumulación de capital.
La rentabilidad del proceso de reproducción ampliada o, lo que es equivalente, de la acumulación de capital le aparece al capitalista en la evolución de la proporción entre el plusvalor (P), el beneficio obtenido, y el capital total invertido inicialmente (C + V), a saber, por P / (C + V), esto es, por lo que Marx llama cuota de ganancia. Es interesante que recalquemos que los capitalistas individuales no fijan su atención en la cuota de plusvalor sino en la cuota de ganancia, ellos únicamente ven que invierten cierta cantidad de capital total y que de éste brota un cierto beneficio que nosotros sabemos es el plusvalor. Por tanto, la cuota de ganancia, por cuanto nos mide la rentabilidad del capital, regulará a su vez el proceso de acumulación capitalista en su conjunto. Por de pronto, cabe que señalemos que la cuota de ganancia es siempre menor que la cuota de plusvalor[8].
La acumulación de capital por parte del capitalista individual se enfrenta contra los trabajadores en la esfera de producción para obtener la mayor cantidad posible de plusvalor y contra el resto de capitalistas en la lucha por la realización del valor de las mercancías en la esfera de circulación. Ya dejamos indicado más arriba que en la primera esfera el aumento de la productividad, dado un tiempo total de «trabajo vivo» o jornada laboral, supone un incremento de plusvalor a expensas de los salarios. Ahora tenemos que, igualmente, el aumento de la productividad por parte del capitalista, en la medida que conlleva una reducción de los costos unitarios, esto es, del costo por mercancía, puede ser un buen medio para que éste enfrente en mejores condiciones la batalla competitiva que libra contra el resto de capitalistas en la segunda esfera. Este medio, esto es importante, sólo resultará eficaz si nuestro capitalista es capaz de compensar el descenso del valor por mercancía con el aumento del valor total realizado en la venta de mercancías, es decir, si consigue de manera suficiente vender más, más barato. No obstante, lo que en un primer momento resulta ser la solución para que un capitalista enfrente en mejores condiciones la batalla de la competencia en el mercado y se obtenga así una mayor satisfacción de su sed de valor acaba por generalizarse al resto de capitalistas. Esto supone que la ventaja que implica el aumento de la productividad sólo puede ser explotada por el capitalista particular en su favor el tiempo que el resto de capitalistas se demoren en aumentar a su vez la productividad de sus empresas. Nuevamente «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» hará que los niveles más altos de productividad de ciertos ramos atraigan tendencialmente al resto de ramos so pena de sucumbir en la competencia capitalista. Tenemos, por tanto, que el nivel de productividad social tenderá siempre a homogeneizarse en los niveles más altos. Ahora bien, Marx considera que el método principal para elevar el nivel de productividad social pasa por la creciente mecanización (quizá sería más exacto decir «maquinización»), a saber, por que cada vez más máquinas o instrumentos de trabajo sean puestos en funcionamiento por un número determinado de trabajadores. Esta tendencia a la mecanización, en términos de valor, lleva a que en la composición de valor del trabajo total (C + L) aumente el «trabajo muerto» o capital constante (C) a expensas del «trabajo vivo» (L), a saber, que la proporción L / C tienda a disminuir.
«Ahora bien, hemos visto que es una ley de la producción capitalista el que, conforme va desarrollándose, decrezca en términos relativos el capital variable con respecto al constante y, por consiguiente, en proporción a todo el capital puesto en movimiento. Esto quiere decir, sencillamente, que el mismo número de obreros, la misma cantidad de fuerza de trabajo que un capital variable de determinado volumen de valor puede movilizar pone en movimiento, elabora, consume productivamente, en el mismo tiempo, por virtud de los métodos de producción peculiares que se desarrollan dentro de la producción capitalista, una masa cada vez mayor de medios de trabajo, de maquinaria y de capital fijo de todas clases, de materias primas y auxiliares; es decir, un capital constante con un volumen de valor cada vez mayor. Esta disminución relativa creciente del capital variable en proporción al constante y, por tanto, en relación al capital total, coincide con el aumento progresivo de la composición orgánica del capital social, considerado en cuanto a su media. […] Este aumento del volumen de valor del capital constante […] va acompañado por el abaratamiento progresivo de los productos.»[9]
Ahora bien, hemos visto que la cuota de ganancia es P / (C + V) y que la jornada se divide en tiempo de trabajo necesario correspondiente al capital variable y en tiempo de trabajo excedente que genera plusvalor, esto es, que L = V + P, luego tenemos que la cuota de ganancia puede expresarse también mediante la expresión (L – V) / (C + V). Supongamos ahora el sueño de todo capitalista, a saber, una situación de “trabajo gratis”, es decir, un mundo en el que la fuerza de trabajo no costara absolutamente nada, en la que los trabajadores, por así decir, vivieran del aire (V = 0). Fíjese el lector, esta apreciación es de suma importancia para nosotros, que la suposición que proponemos es la que realiza de manera ideal «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» en la medida que establece que toda la jornada laboral está dedicada a crear plusvalor. Es más, consideradas L y C cualesquiera constantes, dicha situación (id est, V = 0) nos da a su vez el máximo de (L – V) / (C + V), esto es, maximiza la cuota de ganancia, nos da su techo, lo que es equivalente a afirmar que para cualquier otro valor de capital variable V la cuota de ganancia será inferior. Demos ahora un último paso. Bajo nuestra circunstancia ideal (insistimos por última vez, V = 0), esto es, bajo aquella en que se realiza idealmente «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» y a un tiempo se obtiene el techo de la cuota de ganancia, ésta queda expresada, justamente, por la proporción L / C que, cómo hemos visto en el párrafo anterior, tiende a decrecer empujada por el propio impulso de acumulación capitalista en condiciones de competencia capitalista. Ésta es, de manera muy resumida, «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia».
Hemos visto que «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», esto es, el ansia de valor, lleva a un circuito de revalorización del valor sin fin que el de Tréveris denominaba acumulación capitalista y que ésta a su vez, bajo las condiciones capitalistas, entraña un incremento de la productividad social que, a su vez, acarrea una tendencia decreciente de la cuota de ganancia o, lo que es lo mismo, una tendencia a la baja de la rentabilidad del capital. Hace nada indicábamos, además, de forma un tanto coloquial, que la solución a esta tendencia a la baja pasaba por «vender más, más barato». Veamos que quiere decir esto de forma rigurosa. Para ello es preciso que introduzcamos ahora un nuevo concepto, a saber, el de masa de ganancia. La masa de ganancia es el producto de la cuota de ganancia por el capital total invertido. Si la cuota de ganancia es la proporción entre beneficio o plusvalor y capital invertido, la masa de ganancia (MG) no es proporción alguna, es decir, no es una cuota o una tasa, sino una cantidad que nos da en términos absolutos la ganancia total que obtiene el capitalista partiendo de una cuota de ganancia determinada (G), es decir, de una rentabilidad de capital dada, y un capital total invertido (KT). Con vistas a visualizar mejor lo que vamos a decir a continuación podemos expresar la masa de ganancia como MG = G · KT. Ahora, cuando decíamos que la solución a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia pasaba por «vender más, más barato», en realidad lo que estábamos afirmando era que la única manera que tienen los capitalistas de compensar la tendencia a la baja de la cuota de ganancia (G) es acumular más capital, esto es, incrementar su capital total (KT) para así obtener una masa de ganancia mayor(MG). Dicho en otros términos, la única manera de compensar la tendencia a la baja de la rentabilidad del capital resultado del aumento de la productividad pasa por el aumento del volumen total de la producción en su conjunto, esto es, como decíamos, por un aumento de la inversión total, por una «expansión de la producción». Tenemos así, por un lado, que la acumulación conduce a una tendencia decreciente de la cuota de ganancia, de la rentabilidad del capital y, por otro, que sólo por medio de la acumulación acelerada y expansiva del capital se salva esa misma tendencia a la baja. En términos de valor lo que está ocurriendo es lo siguiente: La sed de plusvalor, esto es, «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», empuja al desarrollo de la productividad sobre la base de la maquinización lo que, a su vez, implica que en el conjunto del capital social el «trabajo vivo» (L), esto es, justo aquél que viene a revalorizar el valor, pierda terreno en relación al «trabajo muerto» (C), o capital constante. No obstante, esta disminución relativa tendencial del «trabajo vivo» en relación al «trabajo muerto» en el capital social, o lo que es lo mismo, esa tendencia a la baja de la cuota de ganancia o de la rentabilidad del capital, sólo puede ser saldada a través del aumento en términos absolutos de ese mismo «trabajo vivo» vía la expansión del capital social. Marx expresa este movimiento de la siguiente manera:
«El mismo desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo se expresa, pues, a medida que progresa el régimen capitalista de producción, de una parte, en la tendencia al descenso progresivo de la cuota de ganancia y, de otra parte, en el aumento constante de la masa absoluta de la plusvalía o ganancia apropiada, de tal modo que, en conjunto, al descenso relativo del capital variable y de la ganancia corresponde un aumento absoluto de ambos.»[10]
Tras todo lo dicho no es complicado percatarse de que tenemos una peculiar pescadilla que se muerde la cola, una «contradicción» dice Marx, pues cuanto más se impone «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», esto es, el objetivo de la valorización o, lo que es lo mismo, de la acumulación, tanto más se exige como medio generalizado la maquinización, el desarrollo de las fuerzas productivas, y el consiguiente desarrollo de la productividad y cuanto más presente se hace este medio tanto más domina «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», es decir, tanto más difícil se hace el objetivo mismo de la valorización, de la acumulación. Vale la pena que transcribamos en extenso unos fragmentos de un pasaje brillante de Marx a propósito de esta contradicción:
«La contradicción, expresada en términos muy generales, consiste en que, de una parte, el régimen capitalista de producción tiende al desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, prescindiendo del valor y de la plusvalía implícita en él y prescindiendo también de las condiciones sociales dentro de las que se desenvuelve la producción capitalista, mientras que, por otra parte, tiene como objetivo la conservación del valor–capital existente y su valorización hasta el máximo (es decir, la incrementación constantemente acelerada de este valor). Su carácter específico versa sobre el valor–capital existente como medio para la mayor valorización posible de este valor. Los métodos por medio de los cuales logra esto incluyen la disminución de la cuota de ganancia, la depreciación del capital existente y el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo a costa de aquellas que han sido ya producidas. […] El medio empleado –desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas– choca constantemente con el fin perseguido, que es un fin limitado: la valorización del capital existente.»[11]
Ahora bien, no debe perderse de vista que si la tendencia a la baja de la cuota de ganancia (G) continua su marcha a la baja acabará por hacer ineficaz el remedio de la expansión del capital total (KT) dado que su rentabilidad terminará por ser prácticamente nula. En este caso límite se abrirá el horizonte de la interrupción de la reproducción capitalista ampliada, de la acumulación, dicho de otra manera, advendrá de la crisis. No obstante, es preciso que no adelantemos todavía la posición de Marx en la caracterización de la crisis como tal.
Teorías de la crisis en el marxismo y en Marx
Nos adentramos ahora en una cuestión difícil y controvertida, a saber, la caracterización de las crisis económicas propias de la sociedad moderna capitalista. Como podrá imaginar el lector, se han dado múltiples explicaciones al fenómeno de la crisis no ya entre las diferentes escuelas de economía ortodoxas sino incluso, y esto resulta particularmente interesante para nuestro propósito, en el seno mismo del campo marxista y de los economistas críticos o heterodoxos. El objetivo de este apartado es ilustrar algunas de las teorías marxistas de la crisis más representativas partiendo de los conceptos presentados en el apartado anterior, realizar un balance crítico de las mismas y, finalmente, elucidar la noción de crisis que se sigue del modo en que nosotros leemos El Capital.
Son precisas ahora unas palabras preliminares en relación al concepto de «ley» que opera en El Capital de Marx. Quizá quepa antes realizar un breve excursus y recordar una historia sobre la que, parece ser, nunca se insistirá lo suficiente. Nos referimos a la peculiar y enconada batalla que tuvo el genial, e injustamente olvidado, filósofo francés Louis Althusser con los marxistas hegelianos entorno a qué dialéctica podía encontrarse en estado práctico en El Capital. La cuestión, muy someramente, era si en la obra magna de Marx, había una dialéctica hegeliana o si, por el contrario, como pensaba Althusser, había en ella otra dialéctica. La investigación realizada por el filósofo francés le llevó a la conclusión de que en la obra de El Capital, lejos de haber una dialéctica hegeliana fundada en una causalidad u origen expresivos, había una dialéctica constituida por un juego de instancias independientes, cada una con su eficacia relativa sobre el resto de instancias, de entre las cuáles destacaba una que, a la vez que era sobredeterminada por el resto de instancias, determinaba a todas las demás ulteriormente. Althusser, partiendo de estos estudios, caracterizaría, a su vez, el concepto de estructura capitalista o modo de producción capitalista como el juego de eficacias relativas de las instancias ideológica, jurídico-política y económica con determinación en última instancia de, valga la redundancia, la instancia económica. Lo que tenemos, así pues, dicho en términos más adecuados a nuestro trabajo, es un cúmulo de fuerzas o tendencias que se condicionaban entre sí y de entre las cuáles hay una que, aun siendo condicionada por las demás, prevalece definiendo los límites de eficacia del resto e, incluso, marcándoles una dirección. Es importante señalar aquí que, en el seno de la estructura, la última instancia, la fuerza o tendencia que determina ulteriormente sobre el resto de fuerzas o tendencias, es la que da carácter de necesidad al movimiento de la estructura en conjunto, esto es, la que evita que la resultante de fuerzas o tendencias tenga un carácter aleatorio o contingente, es decir, que haya, justo, una ausencia de tendencia, de necesidad. Dicho de otro modo, abolida la «instancia última» tenemos que todas las fuerzas o tendencias operarían en un mismo plano de igualdad por lo que nos saldríamos de los límites de la necesidad para atravesar el rubicón que nos adentra en la “coyuntura”.[12]
Ahora estamos en condiciones de caracterizar el concepto de «ley» propio de Marx maduro. Una «ley» para el de Tréveris es, en términos althusserianos, justamente, una «instancia última», es decir, insistimos por última vez, una tendencia que, aun viéndose afectada por otras tendencias con las que convive, determina ulteriormente el conjunto de tendencias canalizándolas en un determinado sentido. De hecho ya ejemplificamos esta forma de racionalidad o de causalidad estructural cuando, en nuestro apartado sobre el libro II y la problemática de la reproducción capitalista, vimos de qué manera operaba «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» sobre la composición de los diferentes capitales y los plusvalores del «sector I» y del «sector II» encauzándolos con vistas a que se satisficieran las condiciones de reproducción del capital. Avanzamos al lector que realizaremos este mismo ejercicio hacia el final de nuestro trabajo, cuando volvamos al libro III de El Capital para intentar caracterizar el concepto de crisis sobre la base de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia».[13]
Ahora bien, hemos dejado dicho que hay varias teorías marxistas de la crisis. Creemos que las podemos dividir entre, por un lado, aquellas que o bien caracterizan la crisis como el resultado de múltiples tendencias que actúan en plano de igualdad o bien hacen depender la crisis de uno u otro factor externo a la propia lógica del capitalismo, éstas serán teorías de la crisis que denominaremos teorías de la contingencia; y, por otro lado, aquella que caracterizará la crisis manteniéndose dentro del límite marcado por la «última instancia», la llamaremos teoría de la necesidad. En las primeras el límite del capital no será el capital, en la segunda, como asevera Marx, el capital se establece como límite del propio capital. La historia del marxismo no carece de cierta ironía por cuanto la mayoría de los marxistas han defendido teorías de la contingencia mientras que la teoría de la crisis de Marx es, precisamente, una teoría de la necesidad.
Teorías de la contingencia
Los marxistas “proporcionalistas”
Cuando presentamos la problemática de la reproducción en el libro II de El Capital nos familiarizamos con cierta división de la producción capitalista en un «sector I» que se encargaba de fabricar bienes de equipo o de producción, a saber, maquinaria industrial, edificios, energía, materias primas, etc. y un «sector II» que se dedicaba a los bienes de consumo, esto es, a producir alimentos, vestimenta, papel, etc. Asimismo, llegamos a ciertas ecuaciones que expresaban qué proporciones de capitales constantes y variables, así como de plusvalores, de ambos sectores debían emplearse para que la reproducción capitalista se realizara con éxito de forma continuada. Continuidad de la reproducción que, a su vez, no debe escapársenos, era y es condición sine qua non para la continuidad de la sociedad capitalista como tal. Es más, aseguramos también que, bajo el capitalismo, dado que prevalece en él la anarquía de la producción, no hay una determinación a priori que haga cumplir dichas proporciones de valor. Esto, asimismo, vimos que era equivalente a afirmar que no había una articulación necesaria entre, por una parte, el interés de los capitalistas individuales y, por otra, el interés de la clase capitalista en general o, lo que viene a ser lo mismo, el correcto y continuado funcionamiento de la sociedad moderna capitalista como tal.
Los marxistas “proporcionalistas”, como cabe imaginar, dieron y dan una gran importancia a los esquemas de proporcionalidad del libro II de El Capital y, en consecuencia, hallaron la explicación de la interrupción del proceso de reproducción y, por ende, el fundamento de la crisis justo en el género de explicaciones que acabamos de dar en el párrafo anterior. Así, para ellos, que se dé o no la proporcionalidad correcta es una cuestión que depende del azar, de la contingencia, luego tarde o temprano, seguramente más pronto que tarde, el desequilibrio entre sectores productivos hará estallar la crisis. El economista ruso Tugan-Baranowski (1865-1919) y el mucho más célebre Rudolph Hilferding (1877-1941) son sólo dos de los marxistas más representativos que defenderán estas posiciones.
Ahora bien, en ese mismo apartado nuestro aludido nos ocupamos también de poner de manifiesto como «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» actuaba precisamente como ley, esto es, se constituía en el mecanismo a posteriori capaz de encauzar las proporciones de valor de los sectores de forma que se asegurase, en última instancia, ya fuere con mayor o menor éxito (el proceso nunca es ideal) la continuidad del proceso de reproducción capitalista. Cabe matizar que con esta apreciación no estamos negando que proporciones incorrectas de capitales y plusvalores de ambos sectores puedan dar lugar a desequilibrios y desajustes momentáneos o, incluso, a crisis coyunturales de la sociedad capitalista. Lo que estamos afirmando en todo caso es que esos desajustes o desequilibrios, al ser encaminados, en última instancia, por «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», se darán dentro de ciertos límites, esto es, tenderán a ser a lo sumo eso, desequilibrios o desajustes.
Los marxistas “subconsumistas”
El argumento principal de los marxistas que defienden la tesis del subconsumo para explicar las crisis consiste, dicho muy rápidamente, en que la sociedad moderna capitalista produce más valor en la esfera de producción del que es capaz de realizar en la esfera del mercado apareciendo así la famosa “brecha de demanda”. Vamos a ver dos posiciones marxistas subconsumistas que, además de ser representativas, son ya del todo clásicas. Nos referimos a la propuesta de la revolucionaria espartaquista Rosa Luxemburgo (1871-1919) y a la posición del economista marxista estadounidense Paul Sweezy (1910-2004).
El argumento clave de Rosa Luxemburgo en su obra La acumulación del capital (1913) se ciñe al dedillo al expuesto por nosotros hace un momento[14]. Supongamos que nos encontramos al final de un ciclo productivo capitalista y que todas las mercancías producto se encuentran en un almacén capitalista. Allí tendremos, en términos de valor, C + L que, como hemos visto, puede desglosarse a su vez, en C + V + P. Fíjese el lector que consideramos que en un sólo ciclo todo el capital constante pasa al producto final; suponer lo contrario haría más complejo lo que tenemos que decir a continuación pero llegaríamos al mismo punto. Bajo esta situación entonces los capitalistas acudirán al almacén y repondrán sus bienes de producción por valor de C, asimismo los obreros para reproducir su fuerza de trabajo (y la de su familia) comprarán bienes de consumo del almacén por un valor, justamente, de V. A esta altura del argumento la revolucionaria polaca se pregunta: «¿De dónde viene la demanda, dónde está la necesidad con capacidad de pago para la plusvalía?»[15]. El problema es, por tanto, ¿quién consumirá los productos restantes que se corresponden al plusvalor P? ¿Cómo se realizará el valor P? Supongamos que los capitalistas, no hay que olvidar que éstos, como los proletarios, no pueden vivir del aire y que, además, de vez en cuando se encaprichan de uno u otro souvenir exótico, consumen del almacén productos que corresponden a una parte de ese plusvalor. Ahora bien, volvemos de nuevo, ¿que ocurrirá con los productos correspondientes al resto del valor P? ¿Quién los comprará? Luxemburgo nos asegura que según Marx el capitalista se hará con dicho resto de plusvalor para acumularlo en un nuevo ciclo capitalista de revalorización pero ésto, según la revolucionaria espartaquista, carece de sentido puesto que, en último término, volveríamos a tener el mismo problema de realización del plusvalor sólo que con el agravio de que, tras un nuevo ciclo, dicho plusvalor será aún mayor. He aquí la famosa “brecha de demanda”.
Fijémonos, esto es importante, en que del hecho de que se realice dicho plusvalor, esto es, del hecho de que se dé o no cierto consumo, depende que, efectivamente, haya ganancia capitalista y que, además, ésta pueda ser reintroducida en un nuevo ciclo capitalista, esto es, que haya acumulación de capital y reproducción ampliada del capital. Rosa Luxemburgo identifica aquí el límite principal de la sociedad capitalista, a saber, en la “brecha de demanda” aparejada al plusvalor que, por implicar una operación sin sentido, no puede realizarse en el interior del propio territorio capitalista. La única solución para el capital pasará entonces, según la revolucionaria polaca, porque éste recurra a un territorio exterior a sí mismo que le brinde, precisamente, los consumidores del plusvalor. Esta necesidad de exterior que tiene el capital, siempre de acuerdo con Luxemburgo, es a la vez la que impulsa al capitalismo hacia su vertiente imperialista, esto es, a expandir sus confines internalizando, haciendo capitalista, lo que antes no era capitalista. «La contradicción interior trata de compensarse con la extensión del campo exterior de la producción»[16]. No obstante, este mismo proceso siempre tendrá el límite, por así decir, del territorio del planeta.
Se nos impone ahora hacer dos comentarios en relación a esta posición “subconsumista”. Primero, sea como fuere, desde la perspectiva de Rosa Luxemburgo el que se interrumpa o no el proceso de acumulación y que, en consecuencia, se dé o no la crisis, no será consecuencia de la lógica inherente a la sociedad capitalista, no será efecto de su necesidad, sino de que haya o no consumidores externos al territorio capitalista. Ahora bien, el que haya o no dicho exterior es algo, digamos, de orden fáctico y, por tanto, contingente. Y ahora nuestro segundo apunte. Consideramos que el error principaldel modo de argumentar de Rosa Luxemburgo es que parte de que el impulso último de la sociedad moderna capitalista es el consumo y no «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», esto es, la obtención de plusvalor, la sed de valor. Así pues, desde la perspectiva luxemburguiana, es como si la inversión capitalista en capital constante (C) y capital variable (V) respondiera al consumo y no a la expectativa de obtener ganancias. Marx razona justo de la manera inversa: lo que estimula al capitalismo es la obtención de plusvalor y la acumulación capitalista, las cuáles, de manera derivada, pueden llevar a un incremento del empleo y, por ende, a un aumento de la capacidad de consumo. ¿Cuál es la diferencia de trasfondo entre ambos? Rosa Luxemburgo, en definitiva, piensa de acuerdo a la lógica de un mercado no capitalista en el que prima el valor de uso, esto es, en el que rige el circuito M – D – M’, es decir, en el que se vende para luego comprar, mientras que Marx, mucho más fino en su posición, piensa en un mercado capitalista, un mercado dominado por la sed de valor, por «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna» y en el que, por tanto, prevalece el circuito D – M – D’, esto es, la compra para la venta.
Vamos ahora con la posición que Paul Sweezy desarrolla en Teoría del desarrollo capitalista (1946)[17]. Sweezy en esta obra considera que la demanda de bienes de consumo es la que domina la producción total. Vamos a ver que el consumo, como en Rosa Luxemburgo, va a ser el aspecto determinante. Así, Sweezy considera que el «sector I» es estrictamente subsidiario del «sector II» en la medida que un aumento de la capacidad productiva del «sector I» supone, a lo sumo, un aumento proporcional de la producción de bienes de consumo del «sector II». Consideremos ahora la demanda efectivacomo el consumo particular que hacen los capitalistas para su sobrevivencia y disfrute, así como sus gastos de inversión que incluyen tanto la compra de maquinaria, edificios, etc. (C) como el pago de salarios (V) que, a su vez, será el futuro consumo de los obreros. Ahora bien, continúa Sweezy, el desarrollo capitalista acarrea una maquinización que, a su vez, supone que los gastos capitalistas en bienes de producción (C) aumenten mucho más rápidamente que los gastos en salarios reales (V). Sweezy podría justificar esto afirmando que la maquinización, por un lado, lleva en lo inmediato a una reducción de la demanda de obreros y, por otro, conduce a un aumento de la productividad que conlleva, a su vez, una reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para reproducir la fuerza de trabajo empleada, es decir, un descenso de los salarios reales. Luego tenemos, a ojos de Sweezy, que, por una parte, el desarrollo capitalista y la maquinización que lleva aparejada repercute en un incremento de la capacidad productiva del «sector I» de bienes de producción y que, por otra, ésta, a su vez, lleva a un incremento proporcional de la producción del «sector II» de bienes de consumo al que no sigue un aumento de la capacidad de consumo de los obreros en tanto en cuanto sus salarios reales van quedando rezagados[18]. Nuevamente se abre así la “brecha de demanda”. No obstante, afirma Sweezy contemplando una última posibilidad, dicha “brecha” podría salvarse con el consumo capitalista. Ahora bien, ésto último no ocurreporque, nuevamente, el desarrollo del sistema capitalista exige que los capitalistas tiendan progresivamente a usar su ganancia más en invertir y menos en su consumo particular. La “brecha de demanda” así se va acentuando hasta que, finalmente, acaba por irrumpir la crisis.
El error fundamental del primer Sweezy -el cuál se deriva, como en Rosa de Luxemburgo, del peso excesivo que pone sobre el consumo[19]– es que reduce el «sector I» a “insumo” del «sector II» olvidando así que el «sector I» puede también producir bienes de producción para el propio «sector I». Ahora bien, ¿por qué la teoría de la crisis de Sweezy descansa en la contingencia? Porque, precisamente, ese mismo consumo podrá ser o no estimulado por otra instancia, a saber, el Estado, con vistas a salvar la célebre “brecha de demanda”. Las palabras de Sweezy respecto a esta posibilidad son contundentes:
« […] tenemos que considerar la posibilidad y las implicaciones de una política del estado que puede estar específicamente destinada a producir ciertos efectos funcionales de la economía, a saber, una compensación de la tendencia al subconsumo.»[20]
Teoría de la necesidad o teoría de la crisis en Marx
Vamos a abordar ahora la teoría de la crisis en Marx. Para ello volvemos sobre la sección tercera del libro III de El Capital. A través del capítulo segundo de la sección, titulado «Causas que contrarrestan la ley», y del tercer y último capítulo de la sección, titulado «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley», ilustraremos el carácter de ley que tiene, justamente, «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» y, finalmente, partiendo de ésta caracterizaremos el concepto de crisis[21].
En nuestro apartado II.3 presentamos «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia». Dicho de forma breve, sin entrar en los detalles que ya nos ocuparon, lo que explicamos fue que «la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna», la sed de plusvalor, empuja a un proceso de acumulación que, a su vez, conduce a una disminución del «trabajo vivo» en relación al «trabajo muerto» o capital constante (sobre todo en relación al capital fijo) en la composición del capital social, esto es, lleva a una tendencia a la baja de la de la cuota de ganancia o, lo que es lo mismo, a una disminución de la rentabilidad del capital. El capital cada vez se revaloriza menos. La masa de ganancia, no obstante, puede mantenerse o, incluso, incrementarse compensando la tendencia a la baja de la cuota de ganancia con el aumento del capital total invertido. Dicho en otros términos, la disminución relativa del «trabajo vivo» en relación al «trabajo muerto» puede ser compensada temporalmente con el aumento del «trabajo vivo» y el «trabajo muerto» en términos absolutos. Ahora bien, como la tendencia decreciente de la cuota de ganancia sigue su curso llegará un momento en que incluso el aumento del capital total deje de ser una solución. De poco servirá aumentar el capital en términos absolutos cuando éste, precisamente por efecto de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, ya no sea nada rentable.
Marx comienza el capítulo titulado «Causas que contrarrestan la ley» con cierta ironía por cuanto su problema es ya otro que el que ocupara a los economistas clásicos. Para nuestro filósofo, tras lo dicho, ya no constituye una dificultad explicar «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» sino, por el contrario, dar una explicación de por qué esa tendencia no es todavía mayor, más rápida, de por qué no se manifiesta de forma absoluta llevando a corto plazo a que el capital social tenga rentabilidad nula y, por ende, a que la sociedad moderna capitalista se vea retrotraída a un colapso económico total. Para responder a este problema Marx pone en marcha cierta racionalidad:
«Este proceso no tardaría en llevar la producción capitalista a la hecatombe, si no existiesen otras tendencias contrarias que actúan constantemente en un sentido descentralizador al lado de esta fuerza centrípeta.»[22]
Por una parte, se destaca una fuerza sobre el resto de fuerzas, una tendencia sobre el resto de tendencias, él la llama «fuerza centrípeta», y, por otro, asevera a un mismo tiempo que es justo por la eficacia de las fuerzas no centrípetas que la fuerza centrípeta no actúa sola, no es que deje de actuar, de ejercer su eficacia, sino que, insistimos, no actúa solitaria llevando a la sociedad capitalista por la vía directa, sin retrocesos momentáneos, a su propia «hecatombe». Hay, por tanto, una fuerza o tendencia centrípeta, que atrae hacia el centro, que empuja hacia el colapso, y hay junto a ésta otras fuerzas o tendencias descentralizadoras, que empujan hacia la periferia y que, en consecuencia, evitan, aunque sólo sea temporalmente, el colapso. Siguiendo esta racionalidad en relación a la ley nuestro filósofo nos explica que ésta se ve contrarrestada por encontrarse en medio de un juego en el que también asisten otras tendencias o fuerzas que la interfieren e incluso anulan por momentos. Así, en el capítulo citado, Marx presenta como causas contrarrestantes de la fuerza centrípeta, esto es, de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», el aumento de la cuota de plusvalor, la reducción del salario por debajo de su valor, la desvalorización del capital constante, el paro que empuja a los salarios hacia la baja, el comercio exterior como fuente de elementos de capital constante, por ejemplo materia prima, más baratos y también como fuente de mano de obra más rentable para el capitalista y, finalmente, el aumento del capital accionario. Si ponemos de nuevo nuestra atención en la fórmula de la cuota de ganancia, a saber, en P / (C + V), nos percataremos de forma clara de esos efectos contrarrestantes sobre la baja tendencial. Por un lado, Marx destaca causas que aumentan la extracción de plusvalor P y disminuyen el valor del capital variable V, a saber, prolongación del grado de explotación aumentando de uno u otro modo el tiempo de trabajo excedente, pago de los salarios por debajo de su valor, el paro, etc. y, por otro, destaca elementos que vienen desvalorizar el capital constante C, a saber, incremento de la productividad del «sector I», obtención de materias primas baratas en las colonias, etc. Los primeros elementos hacen aumentar el numerador o disminuir el denominador, los segundos sólo hacen disminuir el denominador de la fórmula, con lo cuál, en cualquier caso, ambos tipos de causas tenderán a hacer aumentar la cuota de ganancia. No obstante, todas estas causas, tendencias o fuerzas, «entorpecen momentáneamente la baja de la cuota de ganancia, pero […] en última instancia la aceleran»[23]. Así la fuerzas o tendencias contrarrestantes correlativas no sólo son limitadas, no sólo tienen efectos temporales, sino que, incluso, acaban por ser encauzadas por la determinación en última instancia, por la fuerza centrípeta, a saber, por la tendencia a la baja de la cuota de ganancia de forma que, finalmente, acaban incluso por ser contributivas de ésta. No pueden, por tanto, situarse las contratendencias a la tendencia y la tendencia misma de la cuota de ganancia a decrecer en un mismo plano de igualdad y ello porque, como venimos intentando justificar, «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» es, efectivamente, una ley en el sentido en que apuntábamos cuando nos referíamos a la famosa polémica que mantuvo en vilo a Althusser y a los althusserianos.
Asumido esto podemos pasar a indagar si, de acuerdo a nuestra sospecha, todo parece apuntar a ello, Marx caracteriza el concepto de crisis en El Capital sobre la base de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia». No obstante, podemos precisar ya que si, en efecto, el concepto de crisis se fundamenta sobre «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», es decir, descansa sobre una «determinación en última instancia», entonces, como ya dejamos razonado con anterioridad, dicha crisis tendrá un carácter necesario. El momento, por así decir, estelar en el que Marx se entretiene expresamente en escribir sobre la crisis en El Capital se encuentra en el último capítulo de la sección tercera del libro III, titulado «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley», concretamente, en su subapartado «Exceso de capital y exceso de población»[24]. Allí nuestro filósofo nos plantea la siguiente situación:
«Existirá una superproducción absoluta de capital tan pronto como el capital adicional para los fines de la producción capitalista sea = 0. La finalidad de la producción capitalista es, como sabemos, la valorización del capital, es decir, la apropiación de trabajo sobrante, la producción de plusvalía, de ganancia. Por consiguiente, tan pronto […] como el capital acrecentado sólo produjese la misma masa de plusvalía o incluso menos que antes de su aumento, se presentaría una sobreproducción absoluta de capital; es decir, el capital acrecentado C + ΔC no produciría más ganancia, sino incluso, tal vez, menos, que el capital C antes de acrecentarse con ΔC.»[25]
Ahora bien, ¿cuándo hay sobreproducción absoluta de capital? ¿cuándo se da ese momento en que el capital acrecentado ya no da valor alguno sino más bien al contrario? Venimos apuntando a esta respuesta, si no la hemos dado ya en cierto sentido, a lo largo de gran parte de este trabajo. De aquí que hasta pueda parecer redundante la respuesta a estas preguntas. Ese momento se dará cuando el capital, por efecto de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», tenga una rentabilidad nula, es decir, deje de actuar como capital. Suena entonces la hora de la «última instancia»: El curso prolongado de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, a pesar de los vaivenes provocados por las tendencias contrarrestantes, toca fondo haciendo imposible la revalorización del capital y por ende la acumulación capitalista. El capital ya no puede funcionar como capital.
Es importante que maticemos aquí explícitamente qué no estamos diciendo, esto nos servirá a su vez para ilustrar mejor los efectos de una tendencia decreciente de la cuota de ganancia prolongada en el tiempo. Supongamos que nuestro punto de partida se da con una cuota de ganancia al alza. Ante todo no estamos afirmando que la crisis se produzca desde el momento en que la cuota de ganancia pasa de un curso ascendente a un curso descendente, es decir, no se da a propósito de un tránsito que vaya de un capital social rentable, que rinde cada vez más valor y que permite acumular cada vez más plusvalor, a un capital social que ya no es rentable, esto es, que rinde cada vez menos valor y que posibilita acumular cada vez menos plusvalor. Este tránsito lo que provoca, como hemos dejado manifestado ya, es una mayor exigencia de capital total (KT) que compense esa tendencia a la baja de la cuota de ganancia (G) de forma que se se siga aumentado o como mínimo manteniendo la masa de ganancias (MG). Recordemos que MG = G · KT . Asimismo, esa misma exigencia de capital total que establece la baja rentabilidad del capital no podrá ser alcanzada por gran parte de los pequeños capitales, tampoco por aquellos capitales que tengan bajos niveles de productividad y por ende sean escasamente productivos, etc. por lo que acabará por constituirse en un dispositivo de drenaje de la producción capitalista que hará que los capitales no competitivos acaben por arruinarse y que, a un mismo tiempo, se dé un proceso de concentración y centralización de la producción en favor de los capitales más fuertes. Por consiguiente, de forma un tanto paradójica, aquellos capitales capaces de autoexpandirse en un contexto de tendencia a la baja de la cuota de ganancia general podrán acaparar la mayor parte del mercado y, en consecuencia, hacer un negocio redondo. Desde luego estos capitales, por regla general, serán los grandes capitales. Ahora bien, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, ahora incluso momentáneamente estimulada por haber sido eliminados de la producción capitales de baja composición de valor y por ende cuotas de ganancia altas, seguirá su curso hasta el punto que la expansión del capital total ya no sea remedio alguno. En este momento la caída de la masa de ganancias (MG) viene a unirse al descenso de la cuota de ganancia (G). Esta situación es justo la que nos plantea Marx cuando hace referencia a la «sobreproducción absoluta de capital» por cuanto el incremento de capital, esto es, la acumulación, ya no genera nuevo valor alguno, ganancia, sino, todo lo contrario, pérdidas. Ahora sí, estalla la crisis.
Nos adentramos ahora en otra cuestión importante: ¿Supone esta crisis de valorización el colapso total y definitivo del capitalismo? Adelantamos ya que para nada. Con vistas a responder esta pregunta vamos a mostrar ahora cómo la crisis, a menos que suceda algo que ciertamente escapa a la necesidad que imponen las leyes del capital, a saber, pongamos la revolución, puede constituirse en la solución para el capital. El propio Marx nos muestra ésto en el apartado, ya citado, «Exceso de capital y exceso de población». Dejamos apuntado que la crisis con mayúsculas a la que se refiere Marx está asociada a una superproducción absoluta de capital, es decir, hay un exceso de capital, es decir, de medios de producción, capital constante en general, de capital fijo y circulante en particular, que ya no puede funcionar como capital, esto es, que ya no puede explotar fuerza de trabajo extrayendo nuevo plusvalor. Este exceso de capital, Marx también lo denomina capital ocioso, empujará tanto a la destrucción de capital haciendo aumentar el desempleo como hacia la desvalorización del propio capital. Por consiguiente, por un lado, dada la disminución de la demanda de fuerza de trabajo por efecto de la destrucción de capital, tendremos una disminución de los salarios, y, por otro, la desvalorización acarreará un abaratamiento de materias primas, edificios, maquinaria, etc. Lo primero contribuye, de una parte, a un aumento de la cuota de plusvalor y por ende a que la extracción plusvalor se recupere, y de otra, a que el valor invertido en el pago de salarios, es decir, en capital variable V, sea menor; lo segundo lleva a una disminución del valor del capital constante C. Por consiguiente, la cuota de ganancia, esto es, P / (C + V), comenzará a recuperarse y a tener una tendencia al alza. El capital, por tanto, empezará de nuevo a hacerse rentable pero ahora, dado el drenaje que supuso la pretérita tendencia a la baja de la cuota de ganancia en la producción capitalista, a unos niveles tecnológicos y de productividad más elevados. La propia crisis se constituye en la solución del capital en la medida que crea las condiciones para que el capital sea capital, esto es, para que haya revalorización. La economía capitalista comienza a reactivarse paulatinamente. Volvemos así a estar en la situación de partida de, como dice Marx, un «círculo vicioso» que puede repetirse sin cesar.[26]
Con vistas a finalizar este apartado pensamos que no es preciso que hagamos mucho más hincapié en que ese momento en el que nos adentramos en la crisis no es resultado de un factor externo o de uno u otro aspecto contingente, sea éste que haya o no consumo, que se ajusten ciertas proporcionalidades de valor, que la psicología de los agentes económicos sea propicia o que nos impacte un meteorito, sino que, por el contrario, es resultado de las propias leyes inmanentes de la sociedad moderna capitalista. Para Marx «el verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital»[27] y ello es así justo en la medida que las propias exigencias que el capital requiere y pone en funcionamiento de forma necesariapara su autovalorización acaban, por paradójico que pueda parecer, por llevar a las crisis de valorización. ¿Supone esto que Marx descarte que hayan ciertas “crisis” debidas al subconsumo, a cierta desproporcionalidad entre diferentes sectores productivos, a un aumento repentino de los salarios que haga bajar drásticamente la cuota de ganancia[28] o a desastres naturales tipo Tsunami? Pensamos que no, Marx no negaría que esas “crisis” se dan. Negar algo así sería tanto como negar que un cuerpo cae cuando se le deja caer desde lo alto de la torre de Pisa. Ahora bien, estas “crisis” consideramos que no son para nuestro filósofo crisis en sentido fuerte, no son crisis capitalistas en sentido propio, por cuanto tienen, precisamente, un carácter contingente, es decir, por cuanto no se siguen de manera necesaria de las propias leyes de la sociedad moderna capitalista.
Teorías de la crisis, práctica teórica y práctica política
Hemos presentado algunas de las teorías de la crisis en el marxismo, también la que, desde nuestra lectura de El Capital, consideramos constituye la teoría de la crisis en Marx. Las primeras, intentamos justificar, ulteriormente, explican la crisis sobre la base de la contingencia o sobre factores externos a las leyes inmanentes de la sociedad moderna capitalista. La segunda, por el contrario, consideramos es una teoría de la necesidad. Lo que nos interesa ahora es ver qué relación hay o puede llegar a haber implícitamente entre dichas teorías y la práctica política. Esto es tanto más importante por cuanto consideramos que había en Marx la convicción de que si bien la práctica teórica que él mismo desarrollaba en El Capitalno tenía la capacidad de sustituir o reemplazar la práctica política, los conflictos de fuerzas o las luchas de clases que, por así decir, estaban y están ahí fuera, sí podía, cuanto menos, contribuir a que dicha práctica política y dichas luchas se afrontaran de forma más consciente y consecuente, deshaciéndose, en definitiva, del fardo de la ignorancia.
Ahora bien, las divergencias habidas en cuanto a las teorías de la crisis marxistas pensamos que hallan su causa tanto en razones de orden teórico como en motivos orden práctico, es decir, de índole político. Tanto es así que tenemos la sospecha de que, a lo largo de la historia del marxismo, por un lado, las diferentes formas de entender la práctica política condujeron a ciertas conceptualizaciones de la crisis y, viceversa, ciertas conceptualizaciones de la crisis llevaron a unas u otras formas de entender la lucha. Vamos a intentar justificar esto ahora.
Sin ir más lejos, los marxistas “subconsumistas” y los marxistas “proporcionalistas” protagonizaron diferentes episodios de debate enconado. Uno de estos episodios, como no, tuvo como escenario la Rusia zarista. Allí los marxistas populistas sobre el año 1880 defendieron, sobre la base de criterios subconsumistas, la imposibilidad del desarrollo capitalista de Rusia. Dado que, por una parte, los trabajadores rusos siempre producían más de lo que recibirían después y, por otra, el mercado mundial exterior a Rusia ya se encontraba repartido entre las potencias europeas, Rusia sería incapaz de desarrollar su propio mercado interno y por ende el capitalismo dentro de sus fronteras. Bajo estas circunstancias, la única solución para los populistas pasaba entonces por la alianza con los campesinos y el tránsito directo hacia el socialismo. Esta posición fue criticada apelando a los hechos por un joven revolucionario ruso llamado Lenin en El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899). Para Lenin lo que los populistas defendían en el plano de la teoría era desmentido por la realidad rusa del día a día; es más la práctica política para el todavía joven revolucionario pasaba por organizar urgentemente al proletariado urbano ruso del incipiente capitalismo ruso. No obstante, bajo esta sola crítica quedaba pendiente identificar, en términos marxistas, el error teórico de los subconsumistas. A ese nivel teórico, por un lado, Lenin y, por otro, los marxistas “proporcionalistas” como Tugan-Baranowski, Struve o Bulgakov argumentaron que el error de los subconsumistas pasaba por imaginar que la sociedad moderna capitalista producía para el consumo y no para la ganancia. Este debate se selló en contra de los subconsumistas pero lo interesante es que a raíz del mismo se abrieron entonces toda una serie de cuestiones: ¿Si el capitalismo es un sistema que crece de acuerdo a su propia lógica interna sin depender de factor externo alguno cuál es entonces su límite? ¿puede el capital entonces crecer de forma ilimitada? ¿cuáles son las razones de las crisis periódicas que azotan la sociedad capitalista? Ante estos interrogantes el marxista “proporcionalista” Tugan-Baranowski contestó en la línea que ya hemos abordado en nuestro trabajo, a saber, el capitalismo no depende en absoluto del consumo y crece ininterrumpidamente mientras se cumplan con las condiciones de reproducción aparejadas a los esquemas de proporcionalidad. La crisis, asimismo, tiene un carácter contingente, depende de que el azar haga o no que los valores asociados al «sector I» y al «sector II» guarden cierta proporción. La anarquía de la producción no permite establecer ninguna determinación a priori que lleve a que dichos sectores produzcan de acuerdo a las proporciones de reproducción apropiadas.
El escenario en que se reprodujo la polémica entre “proporcionalistas” y “subconsumistas” pasó a Alemania cuando la teoría Tugan-Baranowski fue retomada, poco tiempo después, por Rudolph Hilferding en su obra sobre el capitalismo monopolista. Ahora bien, el marxismo “proporcionalista” daba pie a cierto hilo argumental que el propio Hilferding no tardaría en elaborar y sobre el que nos conviene poner nuestra atención ahora. Si el problema era la anarquía de la producción, la no proporcionalidad entre sectores, etc. entonces el Estado podía organizar la producción, podía hacer cumplir los esquemas de proporcionalidad una vez se tenía conocimiento de los mismos. Un capitalismo organizadopodía establecerse en la solución, podía conseguir un crecimiento ilimitado y, finalmente, salvar las crisis. La teoría de la crisis de los proporcionalistas podía dar lugar, y de hecho así sucedió, a una práctica política de tipo reformista. Fue entonces Rosa Luxemburgo la que, en defensa de una práctica política revolucionaria, salió al paso del reformismo de Hilferding. Y lo hizo, vueltas que da la historia, volviendo a una teoría del subconsumo que, como hemos visto, hacía depender la crisis de la existencia o no de una exterioridad a la propia sociedad capitalista. Ahora bien, como se da, por un lado, la contingencia de que ese exterior es limitado por cuanto nuestro planeta es, por así decir, finito y, por otro, de acuerdo con Luxemburgo, que el capital para desarrollarse y crecer exige la internalización de su exterior, tenemos que la sociedad capitalista camina de forma ineludible hacia su propia ruina. En el fondo, nos atrevemos a aseverar, para la revolucionaria espartaquista la consideración de la inevitabilidad del derrumbe capitalista era una cuestión de principio, pues sólo desde ese presupuesto, pensaba ella, podía, a su vez, demostrarse la necesidad objetiva de la revolución y el socialismo. A este respecto creemos que la conceptualización de la crisis elaborada por Luxemburgo respondía fuertemente a su manera de concebir la práctica política como práctica política revolucionaria. Lo que no deja de ser paradójico es que para dicha tarea se sirviese de una teoría de la crisis que en tanto subconsumista no era la más apropiada para sus intenciones. ¿Por qué? Porque las teorías subconsumistas en general también dan pie, como se ha encargado de mostrar la historia en repetidas ocasiones, a prácticas políticas de corte socialdemócrata que han hecho un llamado al Estado con vistas a que intervenga para reactivar la demanda, desarrollar una política de tipos de interés que favorezca la inversión y active el consumo, etc. Todo, claro está, para salvar, y en el mejor de los casos evitar, las crisis. Hemos visto, incluso, que un marxista “subconsumista” de la talla de Paul Sweezy, en una de sus primeras obras, no descartaba para nada esa posibilidad. En este sentido, finalmente, puede decirse que tanto el marxismo “proporcionalista” como el marxismo “subconsumista” dan pie a la creencia de que la crisis económica capitalista pueda depender, en último término, de la instancia política.
Pasemos ahora a la teoría de la crisis de Marx. De entrada, hay que decir que las principales objeciones que se dan a «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», y por ende a la caracterización de la crisis de Marx, son de orden político, es decir, remiten, precisamente, de uno u otro modo, a esa instancia política de la cuál tanto “proporcionalistas” como “subconsumistas” parecen depender. No es de extrañar, por tanto, la ausencia un tanto escandalosa de la ley, esto es, de la «instancia última», en las teorías de la crisis “proporcionalistas” y “subconsumistas”. A este respecto, pensamos que para el Tréveris, como bien supo ver el primer Althusser, la instancia política, como también la ideológica, se hallan determinadas por la instancia última, a saber, por la instancia económica. Consecuentemente, la práctica política, aceptadas las reglas de juego de la sociedad moderna capitalista, si bien puede establecerse de forma momentánea en una contratendencia o en una fuerza contrarrestante, rectificadora, de la tendencia correspondiente a la instancia económica, ésta, no obstante, acabará siempre por encauzar y dominar aquélla. La marcha ciega de la estructura económica capitalista acaba siempre por imponerse a las prácticas políticas que no cuestionan esa misma estructura.
Ahora bien, la principal objeción al planteamiento de Marx ha pasado por argumentar que defender una teoría de la necesidad de la crisis lleva implícito una concepción fatalista del curso histórico en el que la práctica política carece de sentido alguno. Desde la perspectiva de la necesidad parece que la historia no sea resultado de la acción de las personas, o para los marxistas, de la lucha de clases, sino del solo movimiento de la economía capitalista de acuerdo a sus leyes inmanentes. Asimismo, es como si esa misma perspectiva también pudiera dar lugar a una teoría fatalista en la que el derrumbe total del capitalismo se derivase de sus solas leyes, lo que tendría como consecuencia que la práctica política y la lucha de clases no hallaran justificación alguna. ¿Para qué luchar contra el capital si ya se hunde por sí solo? Este género de razonamientos son los que hicieron que muchos marxistas tuvieran, y tengan aún hoy, muchos conflictos para aceptar «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia». En relación a estas inquietudes, lo primero que hay que decir es que si nos limitamos a las consideraciones y razonamientos que Marx desarrolla en El Capital, algunos de los cuáles hemos ido abordando aquí, no hay ni se encuentra por ningún lugar una concepción fatalista de la historia ni una teoría del derrumbe total y definitivo de la sociedad capitalista. Lo que sí puede encontrarse en la obra de El Capital, aunque suene algo redundante repetirlo a estas alturas, es una teoría de la necesidad de las crisis capitalistas. De hecho con esto lo hemos dicho todo o casi todo en relación a esas inquietudes. No obstante, vamos a añadir un sola consideración con vistas a aclarar más si cabe. Del carácter necesario de las crisis capitalistas no se deduce ni una teoría determinista del curso histórico ni una teoría del colapso total y definitivo de la sociedad moderna capitalista. Es más, el propio Marx, como hemos intentado ilustrar, nos indica de qué manera las crisis, salvo que acontezca eso que el de Tréveris llama revolución, pueden acabar por constituirse en una solución para el capital. Por consiguiente, lo único que cabe extraerse de todo esto es que la marcha ciega de la estructura del capital lleva necesariamente a crisis que a su vez crean condiciones para que esa misma marcha sea retomada. Así ad infinitum, en un «círculo vicioso». ¿Significa esto que estamos condenados cual Sísifo a andar un mismo recorrido? ¿Que la práctica política bajo tales premisas no sirve para nada? ¿Que estamos sentenciados al eterno retorno del fracaso? En absoluto. Significa únicamente que salvo que irrumpa la lucha de clases y su expresión más radical, a saber, la revolución, entonces, ahora sí, estaremos condenados como Sísifo. Por consiguiente, la práctica política revolucionaria cobrará su sentido justo en la medida que vaya destinada a quebrar la objetividad capitalista, esto es, en la medida que tenga como objetivo detener y destruir la estructura capitalista, sus relaciones sociales de producción. Y es justo aquí donde cobra especial relevancia la teoría de las crisis de Marx: mostrar la necesidad de las crisis es mostrar a su vez la necesidad preparar por anticipado los momentos objetivamente revolucionarios. En los periodos de crisis capitalista profunda la necesidad y la objetividad que corresponden a la estructura capitalista quedan, en mayor o menor medida, en suspenso abriéndose la brecha de la “coyuntura”, el momento de la contingencia, que eleva la práctica política revolucionaria a mayores niveles de eficacia. Ahora bien, al menos en el Marx maduro, que la práctica política de los revolucionarios aproveche o no dichas “coyunturas” es algo, por así decir, contingente, algo que no se deriva del propio juego de las relaciones capitalistas de producción, de la estructura capitalista.
Para finalizar sólo nos quedan unas palabras entorno a la relación problemática que hay o puede haber entre la práctica teórica y la práctica política. Para ello convenimos, siguiendo al primer Althusser y con vistas a aclarar los conceptos, que la primera tiene como objeto el conocimiento de la relaciones, esto es, hacer buena ontología, en el caso de El Capitalésta iba encaminada ante todo a desenredar en qué consiste la sociedad moderna capitalista y sus crisis, mientras que la segunda, aspira, justamente, a cambiar esas relaciones capitalistas, a desarrollar una política consecuente con la revolución. Hechas estas convenciones y visto lo visto hasta aquí tenemos, por un lado, que prácticas teóricas “erróneas”, pongamos la de los “proporcionalistas” o los “subconsumistas”, pueden dar lugar a prácticas políticas también “erróneas” de tipo reformista que alimenten el sueño de un capitalismo controlado desde la instancia política y, por otro lado, éste era pensamos el caso paradójico de Rosa Luxemburgo, que cierta manera de comprender la práctica política del todo loable para los revolucionarios puede llevar a una práctica teórica equivocada. Pensamos que, además, para más escarnio, puede darse incluso el caso, no tratado por nosotros, de una práctica teórica “errónea” casualmente acompañada de una práctica política acertada. Así las cosas, ¿qué lección cabe extraer? ¿cómo se relacionan la teoría y la práctica? No nos queda más remedio que, una vez más, dar la razón al primer Louis Althusser cuando insistía machaconamente, una y otra vez, en mantener bien diferenciadas ambas prácticas. Consideramos que únicamente concediendo su propio espacio autónomo a la práctica teórica, esto es por fuerte y “teoricista” que pueda sonar, que sólo desde el reconocimiento de la actividad teórica pura al margen de la influencia de las fuerzas en conflicto, de las modas ideológicas, etc. hay cierta garantía de que el pensar por el pensar se abra paso al conocimiento liberándonos de la ignorancia. Esta posición acarreó no pocos reproches e incluso insultos a Althusser hasta el punto que éste, un ejemplo de rigurosidad, humildad y honestidad intelectuales que no obstante siempre tuvo cierto complejo ante sus colegas de la academia, acabó por ceder tomando otro derrotero. ¿Supone esta posición que defendemos quedarse en la teoría por la teoría? Para nada, consideramos, siguiendo al filósofo francés, que la práctica teórica por sí sola tiene cierto grado de eficacia sobre la práctica política. A este respecto puede pensarse, salvando las distancias, que la práctica teórica es a la práctica política lo que el mundo inteligible del imperativo categórico es al mundo sensible de la conducta empírica en Kant, a saber, en ambos casos tenemos ese espacio teórico estrictamente racional habitado por relaciones, estructuras, etc. en el que el discurso, precisamente por ser un discurso sin sujeto o u discurso de nadie en el que morimos como sujetos empíricos de deseos, opiniones, etc. exige o mueve a actuar de una u otra manera. Para concluir sólo nos queda manifestar en relación con esto que estamos diciendo que el gran mérito de Marx en El Capital fue, precisamente, hacer buena filosofía, es decir, ser capaz de situarse en ese mundo inteligible de relaciones, estructuras, etc. para hacer ontología de la sociedad moderna capitalista, y ello, insistimos, separándose no sólo del mundo ideológico de su tiempo sino también de las batallas políticas que protagonizara, las cuáles dicho sea de paso no fueron pocas ni poco violentas. Es más, pensamos que con seguridad Marx, el cuál siempre fue muy escrupuloso tanto con los conceptos como con la exposición de los mismos, tenía la convicción de que en ese ámbito puramente teórico propio de la práctica teórica estaba en juego mucho del porvenir de la lucha del proletariado, tanto que, justamente, una conceptualización ajustada de la sociedad moderna capitalista que mostrara su carácter explotador no sólo movería a actuar, a desarrollar una práctica política, sino que también era conditio sine qua non para que esa misma práctica política llegase a ser consecuente.
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[1] Esta sencilla consideración de Louis Althusser nos da la especificidad y talla de la grandeza de Karl Marx sobre la que no solemos detenernos. Marx dilucidó la estructura que hace de nuestra sociedad moderna no la sociedad disciplinaria (Foucault) o la sociedad de control(Deleuze) sino la sociedad capitalista.
[2] Expresión que extraemos del importante Prólogo de 1867 a Karl Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, p. XIII-XVI. En éste nuestro filósofo escribe: «Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cuál se mueve – y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley que preside el movimiento de la sociedad moderna -, jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo». El subrayado es del autor.
[3] Karl Marx, El Capital, Libro I, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, p. 3.
[4] Ibi, p. 522.
[5] Seguimos en la presentación de los esquemas de este apartado a Felipe Martínez Marzoa, La filosofía de El Capital, Ediciones Taurus, Madrid, 1983, apartado IV.3. Algunos casos particulares de estos esquemas pueden encontrarse en Karl Marx, El Capital, Libro II, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Capítulos XX y XXI.
[6] Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Capítulos XIII y XV.
[7] El proceso de acumulación del capital es tratado extensamente en Karl Marx, El Capital, Libro I, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Sección VII, pp. 517-606.
[8] El concepto de cuota de ganancia se introduce en Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Capítulo II.
[9] Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, p. 214. Fíjese el lector que el nuestro es un argumento similar al de Marx sólo que nosotros hablamos de «trabajo vivo» y él de «capital variable». En consecuencia, nosotros nos referimos al valor total creado en una jornada de trabajo completa mientras que Marx sólo a una parte de la misma. Como, en último término, Marx nos remite al aumento de la productividad, a saber, a producir más en un tiempo dado, tan cierto es lo que él afirma como lo que nosotros aseguramos aunque, claro está, nos ocupan proporciones distintas. No obstante, de cara a la presentación que nosotros vamos a hacer de «la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia» nos resulta más conveniente hablar de «trabajo vivo».
[10] Ibi, p. 224.
[11] Ibi, pp. 247-248.
[12] Para estas cuestiones remitimos encarecidamente a Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 1972. Esta obra seguramente es, junto a Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, Editorial Grijalbo, Barcelona, 1985, la que más impacto teórico ha causado en la historia del marxismo a lo largo del siglo XX. Por supuesto también recomendamos Louis Althusser y Étienne Balibar, Para leer El Capital, Siglo XXI, México, 1977.
[13] El concepto de «ley» en Marx daría para otro trabajo. Aquí sólo hemos destacado su carácter de «instancia última» que otorga un carácter de necesidad al movimiento. Asimismo, cabría añadir, en virtud de su naturalización, su eficacia ciega, esto es, independiente del conocimiento y voluntad de las personas. Éstas, seguramente, sean las razones de peso que, como vimos, llevaron a Marx a hablar en el Prólogo de 1867 de «ley natural». No obstante, es claro que Marx desarrolla un nuevo concepto de «ley» que busca ajustarse al movimiento social. En este sentido bien podría haberse referido a la «ley» como «ley social».
[14] Esta posición puede hallarse en Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, Editorial Grijalbo, México D.F., 1967, sobretodo en los Capítulos IV-IX, XXV y XXVI.
[15] Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, Editorial Grijalbo, México D.F., 1967, p. 120. Vale la pena que citemos en extenso: «Por consiguiente, Marx, al plantear la cuestión ha estado equivocado desde el principio. No tiene finalidad alguna preguntar: ¿de dónde viene el dinero para realizar la plusvalía?, siendo la pregunta que debe formularse: ¿de dónde viene la demanda, dónde está la necesidad con capacidad de pago para la plusvalía? Si la cuestión se hubiera planteado así desde el principio, no hubieran sido necesarios tan largos rodeos para poner claramente de manifiesto que se podía o no resolver.». El subrayado es nuestro.
[16] Ibi, p. 263.
[17] Esta posición puede encontrarse en Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1982, concretamente en la sección Crisis y Depresiones, Capítulo X, Crisis de realización.
[18] En palabras del propio Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1982, p. 202: «la proporción de la tasa de aumento del consumo con respecto a la tasa de aumento de los medios de producción declina». El subrayado es del propio Sweezy.
[19] Atención a la cita siguiente, Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, p. 242: «No debe olvidarse jamás que la producción de plusvalía -y la reversión de una parte de ella a capital, o sea, la acumulación, constituye una parte integrante de la plusvalía- es el fin directo y el motivo determinante de la producción capitalista. Por ello no debe presentarse nunca ésta como lo que no es, es decir, como un régimen de producción que tiene como finalidad directa el disfrute o la producción de medios de disfrute para el capitalista. Al hacerlo así, se pasa totalmente por alto su carácter específico, carácter que imprime en toda su fisonomía interior y fundamental». En este pasaje Marx parece hacer una crítica avant la lettre a Rosa Luxemburgo y Paul Sweezy.
[20] Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1982, p. 260.
[21] Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Capítulos XIV y XV.
[22] Ibi, p. 245.
[23] Ibi, p. 233. El subrayado es nuestro.
[24] Ibi, pp. 248-256.
[25] Ibi, p. 249.
[26] Este «círculo vicioso» pasaría sucesivamente por las tres etapas descritas: una primera en que la cuota y la masa de ganancias están al alza, una segunda en que la cuota declina pero la masa sigue creciendo y una tercera en la que cuota y masa caen. El recorrido del círculo marca, a su vez, la duración del ciclo económico largo, esto es, la periodicidad de las crisis profundas. Marx relaciona este periodo -según él de unos diez años- con la renovación del capital fijo. Ver a este respecto Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, Capítulo XXX. Dos presentaciones interesantes de esta cuestión y que se ciñen a la propuesta de Marx pueden encontrarse en Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, Ediciones ERA, México D.F., 1975, Capítulo XI y en Felipe Martínez Marzoa, La filosofía de El Capital, Ediciones Taurus, Madrid, 1983, Capítulo V. Los dos autores relacionan los tres ciclos económicos largos habidos en la historia del capitalismo con las «revoluciones tecnológicas» relativas a la renovación del capital fijo sobre la base de la máquina del vapor, la electricidad y el petróleo y, finalmente, la electrónica y la energía nuclear.
[27] Karl Marx, El Capital, Libro III, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 1999, p. 248.
[28] Los marxistas del «profit squeeze» o del «estrangulamiento del beneficio» explican la tendencia decreciente de la cuota de ganancia a partir de la subida continuada de los salarios como resultado de la organización y la lucha obrera. Aunque no hemos tratado pormenorizadamente esta posición salta a la vista que también daría lugar a una caracterización de la ley y la crisis en términos contingentes. Esta posición, además, deja el terreno allanado a los cantos patronales de la «moderación salarial». Para Marx sería un sin sentido pensar que el incremento de la productividad fuera acompañado de un incremento salarial todavía mayor. En todo caso, como hemos visto, mayor productividad social supone un descenso relativo de la masa salarial.
ENM (2009)





