Nunca sabremos lo que hay de realidad y de ficción en la novela Intento de escapada de Miguel Ángel Hernández. En ella asistimos a la experiencia de Marcos -¿trasunto del propio autor?- con el arte de un tal Jacobo Montes – ¿trasunto a su vez del artista social Santiago Sierra?; aunque, más bien, creemos, estamos ante una elucidación novelada de lo que, en última instancia, mueve el arte contemporáneo.
¿Y qué moviliza el arte contemporáneo? A saber, un peculiar objeto que los psicoanalistas llaman el objeto a y que Gérard Wajcman calificó, nada más y nada menos, como el objeto del siglo XX. ¿Qué estatuto tiene este objeto a? De una parte, es un señuelo evanescente, un semblante sin estatuto ontológico alguno, que causa el deseo, que moviliza la pulsión sexual movida por el placer; de otra parte, es un vacío, un agujero, el lugar de lo real imposible de simbolizar, donde el placer se troca en un goce – en una jouissance dirá Lacan -, una especie de placer en el displacer cuyo paroxismo se alcanza en la muerte. De hecho, siendo precisos, la pulsión tiene un recorrido movilizado por el objeto a como señuelo sexual que alcanza, irremediablemente y tan pronto como dicho señuelo se revela como tal señuelo, su otra cara obscena y abyecta: la detumescencia sexual y la muerte. No es casual que los franceses califiquen el instante mismo de clímax del acto sexual de petite mort.
Intento de escapada nos revela esta dinámica misma en el arte contemporáneo a través de la obra del personaje Montes: una caja que moviliza la pulsión escópica en la medida que da a ver algo que ulteriormente se le niega al espectador. Es el efecto cortina tan característico del falo y que, de otra parte, el autor de nuestra novela ilustra pertinentemente a través de la célebre iconostasis que separa lo profano de lo sagrado en las misas eucarísticas. La caja de Montes hace de objeto a, de señuelo sexual, en tanto que activa el deseo de ver su interior, por cuanto el contorneo que lo aproxima hace incrementar un hedor insoportable a excrementos, podredumbre, etc. que anima a su vez a saber si en su interior hay o no esa caída detumescente del falo, un cadáver abyecto y obsceno, si esconde o no un muerto que intentó escapar en vano, si en definitiva alberga o no la muerte. Es en este preciso sentido que el arte de Montes, trasunto de Santiago Sierra, lleva hasta el final el recorrido de la pulsión superando el límite de la iconostasis, esto es, salta la celosía que delimita el ámbito de los rituales cotidianos y profanos que nos ponen a resguardo de la muerte para alcanzar el perímetro sagrado e imposible de la muerte misma. ¿Entró el protagonista de la novela en dicha caja? ¿Y si lo hizo qué encontró en su interior? Nuestro estimado lector tendrá que leer la novela de Miguel Ángel Hernández si quiere saberlo…

ENM (2023)





