Estamos ante una obra maestra de la literalturaLa perla de John Steinbeck. Y es que uno puede leer y releer tantas veces como quiera esta novela corta de Steinbeck, en cada lectura aflorará un sentido nuevo, una moraleja distinta, una proyección diferente nuestra en la trama, etc. 

La clave, sin duda, no descubrimos nada al lector, está en la perla, no en la perla como tal, sino en el lugar estructural mismo que viene a ocupar ese objeto. La perla no es, cuidado con esto, el objeto de deseo, no puede serlo puesto que Kino –cine en alemán-, el protagonista de nuestra novela, ya lo tiene, y lo que se tiene ya no se desea por definición. Pero entonces, ¿qué es la perla? ¿importan su brillo, su textura, su materialidad misma? No, nada de esto importa, las cualidades materiales del objeto, sus propiedades físicas, son lo de menos. Y entonces ¿qué es la perla? Sin lugar a dudas es un objeto que arrebata a Kino, que lo atrapa y lo llevará a un final trágico, que capta la mirada y la atención del pueblo entero, que movilizará la búsqueda y captura del propio Kino, etc. Insistimos: pero entonces ¿qué es la perla? Lo sintomático es que Kino, cuando observa la perla, esta se transforma en una especie de pantalla de cine donde se proyectan todos sus deseos y fantasías: la cura de su hijo Coyotito de la mordedura de un escorpión, su salida de la pobreza, un futuro para su hijo que dará acceso a su estirpe a los libros y al saber, etc. 

Digámoslo ya: la perla no es el objeto de deseo, es un objeto que causa el deseo, por eso activa las fantasías de Kino, es un object petit a que es la condición misma del guion de deseante de Kino, por ello precisamente el protagonista de nuestra maravillosa novela no puede pasar sin él. ¿Qué sería de Kino sin ese curioso objeto? ¿Qué somos sin deseo, sin anhelo, sin promesas, sin futuro, sin fantasías? Por poco que se piense, la sola idea se nos hace insoportable. Es más, intuimos que sin dicho objeto el sujeto queda irremediablemente aniquilado. De aquí que, como sentencia Steinbeck, la esencia de la perla sea la esencia de Kino. Y justo por esto, Kino no puede perder la perla, sin que, en la transacción de la misma por un monto de dinero, se asegure el acceso monetario a todas sus fantasías, a sus esperanzas en una vida mejor. La perla, en suma, es una materialización burda de las ilusiones de Kino, y su brillo no le viene tanto de sus propiedades físicas como de esta peculiar cualidad estructural suya. Es algo parecido a lo que ocurre hoy, en nuestro tiempo, con el dinero, con su brillo aurático capaz de movilizar el deseo de los cuerpos, y a ello apunta Steinbeck mediante esa necesaria venta de la perla que obsesiona a Kino: todos sabemos que el dinero no es más que papel, y sin embargo todos sabemos que es mucho más, que es un cable tendido a nuestros anhelos.

Y no obstante, alerta Juana, la mujer de Kino, la perla está maldita. Nuestro enigmático objeto, justo por el lugar que ocupa, no puede sino tener un reverso obsceno. La perla es una especie de señuelo que moviliza el deseo sí, pero cuanto más se aproxima uno a este elusivo objeto, más se tuerce todo, más trágica deviene la historia, más nos percatamos de que estamos cortoneando un cierto vacío a, un agujero imposible de simbolizar, que estamos en un juego que para Kino conlleva cierto goce inexplicable, paradójico, que tiene, tendrá, mucho que ver con la muerte misma. Por ello, y no podemos adelantar más sin aguar la lectura de la obra, quizá lo mejor sea dejar a tiempo la perlita en su sitio…

«Todo arte se caracteriza por un cierto modo
de organización alrededor de un vacío» – Lacan

ENM (2024)

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