¿Y si el amor es la fuente última de la discordia? Aunque nuestro tiempo no es muy proclive a esta tesis, todo parece indicar que, al menos, hay razones como para sostener que esta posición es harto plausible. Pensemos por un momento en el mito de Paris. ¿Qué nos dice este célebre mito? En él somos introducidos en una escena en la que la diosa Eris –eris en griego significa discordia- aboca al príncipe troyano Paris en una difícil tesitura: le da una manzana de oro, una manzana en cuya superficie está escrita la frase «para la más bella», y debe elegir a qué diosa se la da: si a Hera, a Atenea o a Afrodita. Esa manzana de oro es la manzana de Eris, o lo que es lo mismo, la manzana de la discordia, veremos por qué, y hasta qué punto. Las tres diosas van a verse seducidas por el brillo áureo de la manzana y las tres diosas, faltaba más, van a querer ser la más bella, querrán ocupar el lugar de la diosa a la cual pertenece el brillo áureo de la belleza. Eris, por lo tanto, coloca a Paris ante, como diríamos hoy, un auténtico “marrón”, ante un problema que mire como se mire va a tener una mala solución. Para entender este difícil problema, además, hay que saber que Hera, la mujer de Zeus, es la diosa de la soberanía, del arte del gobierno, de la seducción política e ideológica, que Atenea es la diosa de la guerra, de los ejércitos, de la fuerza, del arte militar, y que, por último, Afrodita es la diosa del amor. Cada una de ellas intentará sobornar a Paris con su arte, Hera le ofrecerá el gobierno, Atenea las habilidades guerreras y Afrodita, finalmente, le ofrece que se enamorará de él la mujer más bella del mundo que, por aquel entonces, era Helena de Troya. ¿Por quién se decidirá Paris? La respuesta, aunque es bastante conocida, puede sospecharla el lector: Paris se decidirá por Afrodita, sucumbirá ante el señuelo amoroso de Helena de Troya, lo que a la postre supondrá el abandono de Helena de su marido Menelao en favor de Paris y el desencadenamiento ulterior de la célebre guerra de Troya. Este mito, que está en la base fundacional y explicativa de la guerra de Troya, sitúa al amor, a eros, como el origen último de la guerra, de la desestabilización desastrosa y sanguinaria de la ciudad, de la polis griega.
Para captar en toda su profundidad y proyección histórica este mito, además, es importante traer a colación que, en consonancia con lo que Georges Dumézil explicó en Mito y epopeya, las tres diosas del mito de Paris corresponden a tres funciones esenciales que podemos encontrar en cualquier sociedad indo-europea: Hera responde a la instancia política e ideológica de toda sociedad, Atenea a la instancia militar y Afrodita a la instancia de la fecundidad, la producción y la economía. De acuerdo con la matriz de Dumézil, estas tres funciones heterogéneas, la político-ideológica, la militar y la económica, así como la articulación, el equilibrio y la determinación recíproca entre ellas, son una condición de posibilidad para que haya sociedad. La economía precisa del gobierno y el orden aportados por la instancia política y militar, la política debe tener a lo militar como salvaguarda de orden y la economía para asegurarse un fin y su viabilidad misma, lo militar precisa del componente político e ideológico para conducirse y estar al servicio de la ciudad y de la producción para mantener alimentadas a sus tropas, a sus guerreros, etc. Es necesario, en suma, que estos tres elementos heterogéneos cuajen como la mayonesa para que se dé el efecto sociedad, para que haya la constitución de un lazo social. Y a la inversa, el lazo social se disuelve, la mayonesa se corta, la ciudad deja de durar en el tiempo desencadenándose el conflicto civil y la guerra, si uno de estos elementos cobra una preponderancia que no le corresponde, si uno de esos elementos falla y no atiende a su función social. Es muy sorprendente que esta división social la encontremos, no sólo en La República de Platón, sino, varios siglos después, en la conceptualización que hace el mismísimo Marx de todo modo de producción, incluido el capitalista. Incluso el filósofo francés Louis Althusser intentó desbrozar una “dialéctica” de esas instancias/funciones a partir de una lectura sintomática de El Capital que acabó en el materialismo aleatorio de Epicuro.
Pero volvamos al mito de Paris con todo este armazón teórico. ¿A qué relación entre el amor y el lazo social apunta el mito? Tras el amor está eros, es decir, un empuje sexual, esa fuerza o energía que Freud denominaba pulsión (der Trieb en alemán) y que, de manera muy poco afortunada, hay que decirlo, se tradujo por instinto (der Instinkt). Si ese empuje sexual cobra forma, si contribuye a formar un orden, si desviándose de su destino sexual cristaliza en cultura, sea en un objeto artístico, sea haciendo lazo social y conformando un Otro estabilizado, estamos ante lo que Freud denominó una sublimación (die Sublimierung). Aquí tenemos el amor en su dimensión de transferencia en el mito de Paris, cuando eros, el empuje sexual, toma forma produciendo el efecto de lo bello, ese brillo áureo y seductor que causa el deseo y que anhelan las tres diosas por cuanto las ubica, justamente, en el lugar del señuelo amoroso, ese lugar que ocupa Helena de Troya en el mundo griego. Bajo el marco teórico de la triada funcional de Dumézil o la “dialéctica” implícita en Marx, esto se traduce en que el amor, la producción y fecundidad aparejadas a Afrodita precisan del orden político y militar aparejados a Hera y a Atenea para cobrar forma, para ser sublimados, para constituirse en un Otro social. Sólo así, como indica Platón en La República, se alcanza lo bello y lo bueno en la polis griega. Ahora bien, hay que alertar que Freud era pesimista respecto a la sublimación, y esto porque, en primer lugar, la desviación hacia el objeto cultural (orden social, político, artístico, etc.) es anómala, poco frecuente, y en segundo lugar, porque la sublimación siempre deja un resto de insatisfacción, trae aparejado un displacer en el placer, un cierto malestar: El malestar en la cultura (Das Unbehagen in der Kultur). Dicho de otra manera, la pulsión va a continuar su recorrido más allá del señuelo amoroso sublimado, más allá de ese Otro sociosimbólico estabilizado, haciendo patente no sólo el carácter de señuelo del señuelo mismo, y que ese Otro no existe, sino también el lugar mismo donde esta pulsión que anima al amor se revela como una Cosa imposible (das Ding), esto es, en su carácter de esa otra cosa obscena, contingente, mortífera. El eros o la pulsión de Afrodita es un empuje que no se presta a ser completamente integrado bajo ninguna forma u orden político, persiste en su empuje acéfalo e insensato sin atender ni dejarse subsumir a las demandas y funciones sociales de Hera y Atenea. La pulsión no es otra cosa que pulsión de muerte: fin de la transferencia. Tras eros está eris y, por lo tanto, está el peligro ineludible, insoslayable, de la desestabilización e incluso la muerte de la ciudad griega, la caída de toda sublimación política y social. No debería escapársenos la dimensión revolucionaria de este enfoque cuando, tanto en el marco de las tres funciones de Dumézil como en el juego de instancias marxiano, los productores quedan identificados como la fuente última de esa fuerza, de ese empuje erótico, amoroso, que introduce la discordia, la guerra, en el lazo social poniendo en cuestión su estabilidad misma, su continuidad. En conclusión, el lazo social está siempre amenazado por el estrago de la pulsión, por la irrupción del goce o la jouissance que decía Jacques Lacan. No otra cosa reflejaba el mito de Paris que está en la base mítica explicativa de la guerra de Troya. Desde luego, esta sabiduría estaba muy presente en la cultura griega. Tanto es así que, de hecho, este estatuto de la pulsión y el amor como tránsito de lo bello al estrago, podemos hallarlo también en el instante final de la vida de Antígona, cuando su mirada hacia atrás divisa, por última vez, la polis, y ella queda situada, de manera precisa, en ese lugar sublime de la belleza suma, incomparable por su brillo, pero que augura a un tiempo el terror inefable de su propia muerte. Se trata en el mito de Paris, como en el de Antigona, del paso de un A a la a si queremos expresarlo con matemas, del pase d’un Autre à l’autre…
Dedicado a mi hija Ingrid
ENM (2024)






